viernes, 9 de octubre de 2015

JORNADA 3: GRANJA DE MORERUELA - TÁBARA (12/09/2015)

Con la historia del coreano, anoche nos dormimos tarde y esta mañana se me pegaron las sábanas, mejor dicho, se me pegó el saco de dormir. Me desperté a las 7:45. A esta hora, Santiago y Jotaeme ya estaban preparados para salir y el coreano dormía a pierna suelta.

Como es costumbre de la casa, me lo tomé con calma. Lo preparé todo y me fui a desayunar al bar. Estaba bastante nublado, así que le pregunté al del bar si llovería; me contestó con un NO rotundo, diciendo que "el agua está muy cara por aquí".

Me despedí de Jotaeme, que seguía hacia Astorga en vez de seguir por el Camino Sanabrés, y empecé a caminar. Lo primero que te encuentras es la señal que indica la separación de caminos: el que continúa la Vía de la Plata hasta Astorga y el inicio del Camino Sanabrés, que va hasta Santiago pasando por Ourense.


Llevaba 10 minutos andando cuando empezó a llover (no sé para qué pregunto a la gente del pueblo, no dan una). Aguanté un rato para ver por dónde se decantaba el tiempo hasta que decidí sacar los chubasqueros, tanto para mí como para la mochila. Lógicamente, una vez me hube puesto el impermeable y la funda a la mochila, dejó de llover enseguida (es la ley de Murphy peregrina).

En este primer tramo del camino hay que ir con cuidado al llegar a la altura de un monolito de piedra ya que la señalización es contradictoria. Hay un pilón con una flecha que indica que hay que seguir de frente pero, una vez rebasado el monolito hay que girar a la derecha. Se ahorra uno un rodeo totalmente artificial e innecesario.



La jornada se presentaba bonita y no me decepcionó en absoluto. 





Cuando llevaba andando unos 6 kilómetros, llegué a Puente Quintos, un bonito puente sobre el río Esla ¡mi primer río! 


En el año 2011, después de Puente Quintos, seguimos por carretera porque nos desaconsejaron este tramo del Camino para los ciclistas, pero hoy fui por la ruta de los andarines, la que sigue por la izquierda una vez pasado el puente, y valió mucho la pena. En algunos momentos se baja hasta el cauce del río, en otros hay que trepar entre rocas y también caminar por sendas estrechas y llenas de vegetación. En fin, lo que viene siendo una ruta variada y, para finalizar, una subida para cabras.










Al llegar arriba me encontré con dos estadounidenses que estaban descansando y yo, siguiendo su ejemplo, tomé un descanso en la sombra, ¡me lo había ganado! También aproveché para hacer algunas fotos ya que, desde allí, las vistas sobre el río Esla son espléndidas. Después de unos minutos, a continuar que aún queda mucho trecho que recorrer.



Antes de llegar a Puente Quintos, se me paró el GPS víctima de la avería de los despistados: se agotaron las pilas y no tenía repuesto, así que tuve que hacer el resto de la jornada guiándome únicamente con las flechas amarillas. Debo decir que no tuve ningún problema.

Pasada la zona verde, otra vez pistas de concentración agraria y pocos árboles, encinas sobre todo. Se pasa por la puerta de la finca Val de la Rosa, que debe ser bastante grande. Esta parte del Camino me recuerda mucho las dehesas extremeñas. 





Empieza un tramo de rectas interminables y, en ella, me encontré a un paisano, bastante mayor ya, y me paré a hablar un rato con él. Se llevó una gran alegría cuando le dije que había ideo por la ruta que va junto a la vera del río y que no me había parecido tan peligrosa como dicen algunos, ni la subida final tn difícil como para dejar de hacer esta ruta. Casi me besa, se ve que el hombre es partidario acérrimo de dicho tramo (existe una corriente de peregrinos que dice que la ruta es muy peligroso porque se va por un caminillo muy estrecho con rocas a la derecha y un pequeño acantilado que da al río a la izquierda. No es para tanto).

Me dio todo lujo de detalles sobre el recorrido que me quedaba. Yo creo que pasea por allí para encontrarse con los peregrinos y hablar con ellos un rato. La vida es muy aburrida por estos lares.

Me contó también que los pantanos están tan secos, que en un pueblo de la Sierra de la Culebra cuyo nombre no recuerdo, los ciervos pasean por sus calles en busca de comida y, según le habían contado algunos vecinos de este pueblo, también hay zorros y, desde las casas, les tiran comida. Así de mal está la cosa por estos lares.




Después de la enésima recta interminable, se llega a Faramontanos de Tábara donde hice un kit kat para tomarme un bocadillo y una cerveza. Cuando llegué al bar, ya estaba una pareja de franceses y, a medio bocadillo, apareció Santiago, al que había adelantado, arrancándole las pegatinas de la mochila, en una de las numerosas rectas (en realidad el pobre hombre estaba descansando cuando le adelanté).

Los últimos 7 kilómetros, hasta Tábara, se hicieron interminables y, además, me los pasé bebiendo. Tenía mucha sed y lo achaqué a la cerveza, que me deja la boca seca y pastosa. Esta situación me empujó a tomar una decisión drástica: se acabó la cerveza mientras no  haya llegado al pueblo en que finalizo la jornada. 



Llegué al albergue, que ya conocía de cuatro años atrás, aunque no tiene nada que ver con el que yo conocía. La primera diferencia es que ahora tiene hospitalero y la segunda es que, con las mismas instalaciones, el albergue parece otro.


Me recibió José Almeida (el hospitalero, todo un icono del Camino), cargó con mi mochila, me dio de beber, me inscribió en el registro y me dijo que, una vez duchado, le diera la ropa sucia que él la lavaría y la tendería. Me informó que la cena comunitaria era a las 20 horas y que, al levantarnos el día siguiente, nos prepararía el desayuno. Todo esto por un precio muy razonable: el donativo que tú consideres que merece el servicio. Un auténtico albergue de cinco estrellas.

Después de la ducha, descubrí una ampolla en el talón del pie izquierdo pero, como estaba muy reciente y bastante dura, decidí no hacer nada hasta ver su evolución al día siguiente.

En el albergue, de momento, solo éramos dos, Santiago y yo. Un poco antes de la hora de la cena llegaron al albergue una pareja de ciclistas de Sevilla y un chaval italiano muy joven, Daniele, que hacía el Camino a pie en solitario.

Antes de la cena aproveché para dar un paseo por el pueblo para hacer tiempo y, de paso, estirar un poco las piernas.



La cena comunitaria consistió en gazpacho, arroz a la zamorana (muy bueno) y, de postre, fruta. Después de la cena tocaba sobremesa y, desde luego, valió la pena. Estuvimos hasta pasadas las 23, hablando de lo divino y de lo humano. José Almeida es escritor y la ciclista sevillana nos estuvo leyendo algunos pasajes de sus libros sobre cuentos y anécdotas del Camino. Entre anécdota y anécdota, Santiago se atragantó bebiendo agua y vomitó todo lo que había cenado. Cuando terminamos de limpiarlo, continuamos con la sobremesa. Fue una velada estupenda.


RESUMEN DE LA JORNADA (*)



Distancia recorrida: 27,4 kilómetros

Altura máxima: 816 metros

Altura mínima: 722 metros

Ascenso acumulado: 443 metros

Descenso acumulado: 379 metros

Tiempo empleado (detenido y en movimiento: 6:51:02

Velocidad media: 4 km/h

(*) Datos tomados de Wikiloc por ausencia de GPS




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